jueves, 19 de agosto de 2010
La semilla (Mateo 13, 24-30)
Me asusta la cizaña. ¡Quién pudiera arrancarla de modo definitivo y verse librado de ella! Pero el dueño de campo sabe de esta realidad y permite que crezca junto con el trigo. En alguna época más fundamentalista de mi vida (que pudo haber sido en el pasado, puede serlo en el presente respecto de algunos temas, y podrá serlo en el futuro y siempre en determinados aspectos), creía que los cristianos éramos el trigo y el munod la cizaña. Hoy cada vez que oigo esta palabra reconozco que conviven en mí ambas realidades, trigo y cizaña. De allí donde se nutre lo ejor de nosotros mismos también surge lo peor. Por eso es importante no descuidar el campo, como así también amar los lados flacos de nuestra existencia.
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