jueves, 12 de agosto de 2010

Consejo de Melita

Cierta vez un salesiano mayor me dijo que le hablara de la vocación a los jóvenes y me dejó profundamente cuestionado. ¿Por qué no hago la invitación a vivir la vida salesiana consagrada?¿Por qué si bien veo "buena tela" en muchos jóvenes dejo que surja espontáneamente la inquietud? En definitiva: ¿a qué se debe ésta actitud y este sentimiento que comparto generacionalmente y epocalmente con muchos de mis hermanos salesianos?

La respuesta más sencilla y menos comprometedora es la que dice que la vocación no debe ser sólo entendida a la vida consagrada, y qué sin duda son muchos los jóvenes que se comprometen con el carisma salesiano. Ciertamente que sí, es correcto y alentador pensar de este modo. Pero cierto énfasis en algunos conceptos nos tiene que poner en cuestión aquello no-dicho en lo que decimos, aquello que queda velado en lo que enunciamos y cuya respuesta  nos compromete más. Creo que asumir ese otro costado nos confronta, o al menos a mi me confronta, con la experiencia flagrante del "sufrimiento". Sí, del sufrimiento ante amargas "desilusiones" y "desencantos" que hemos atravezado en nuestra vida consagrada: proyectos truncos, enfrentamientos por posiciones diversas, abandonos. Y sin dudas, lo que ata todo esto de modo más sostenido, es nuestra propia experiencia de muchas desilusiones y desencantos con nuestra propia consagración, aquello que no somos, el ideal que nunca alcanzamos, la también patente manifestación de nuestra humanidad plena que se lleva de los pelos con determinados discursos acerca de nosotros mismos y de lo que somos, que aún siguen vigentes, y que aunque hayan sido develados, puestos de manifiesto y bajo revision, siguen operando en nosotros de modo tal que se nos hace dificil amar nuestra realidad tal como es. Y no hablo de amarla misericordiosamente, como humanidad caida, limitada, que sería algo más de ese mismo discurso que no se termina de ir. Sino de amarla como aquello que es, que somos. Lo otro no existe sino más que para torturarnos.

Algo de estas dos realidades - el concepto amplio de vocación  y el sufrimiento  - confluyen en una no proposición explícita a la vida consagrada. Es paradójico que una determinación aparentemente negativa esté enmarcada de valores todos ellos positivos: "apertura", "evitar el sufrimiento a otros"... pero insisto, acá hay una solución de compromiso que no dá con el asunto de fondo: ¿acaso encontrar una posición a todo esto no nos hace no sólo preguntarnos qué nos pasa , sino también - y es lo que evitamos-  buscar darle una respueta personal? Esbozar esta respuesta, creo, es lo que podrá al fin abrir paso a lo que sigue.

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