sábado, 14 de agosto de 2010

Acerca de la felicidad

Animar a otros a seguir la vocación salesiana a la vida consagrada es hacerme la pregunta acerca de la propia felicidad. ¿Soy feliz?
Abiertamente la vida religiosa conlleva una serie de renuncias en las cuales, si se pone el acento, podría radicarse una fuente de insatisfacciones permanentes por principio. Si estas renuncias llegasen a instalarse en el centro de lo que considero mi mayor o menor felicidad podría caer en una encerrona trágica. ¿Sé puede ser feliz cuando  la soledad de no sentir una pareja a nuestro lado se hace manifiesta? ¿O si nuestra curiosidad o pulsión sexual es trunca o insatisfecha? ¿Se puede ser feliz en medio de privaciones o cuando aquello que amamos tanto es dejado atrás en un nuevo destino?
Centrar la mirada aquí me lleva a una única respuesta: ¡No!
Pero es vano asustarse ante la respuesta, pues la que merece ser cuestionada es la pregunta. ¿Está contenida allí la felicidad? Es decir, en procurarme un ejercicio de la autonomía, de la sexualidad libre y responsable, del tener asegurado el sustento y un buen pasar (déjenme plantearlo así aunque sea un juego literario, pero es obvio que ésta es una mirada un tanto reducida de las renuncias propias de la consagración religiosa). Por tanto y volviendo al principio, ¿qué significa contestar el Soy Feliz?
A lo largo de mis años como salesiano podría decir que existieron y existen determinadas experiencias cuya raiz presentan un profundo dolor (enfermedad, muerte, soledad). Inicialmente huía como podía de toda experiencia así. Creia que mi ser salesiano llevaba consigo la invitación al "rostro sonriente y el corazón en mano", excluyendo la posibilidad de que el dolor se encuentre con la sonrisa...
Hoy encuentro que mi mayor felicidad como salesiano es y ha sido que el Señor me concediera poder acompañar a muchos jóvenes en situaciones de dolor. Lejos de pensar en una satisfacción masoquista, pues sabe Dios cuánto dolor y sufrimiento personal se juegan allí, aún cuando mi dolor no es el mismo de quien verdaderamente tiene que llevarlo. Son estas experiencias las que tiraron por la borda todos los recursos de simpatía, dominio de la situación, comprensión de lo que hacer o decir, y por tanto fueron y son las experiencias que expresamente me revelaron como apóstol de los jóvenes. La experiencia no termina allí, al borde de la tumba por así decir, sino en el camino de la noche hacia el  sepulcro abierto al encuentro de Jesús Resucitado.

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