Fragmentos de un trabajo de Antiguo Testamento
Cuando en la lectura discipular uno va percibiendo cómo cada parte de la Biblia no es más que parte de su misma vida, no puede pasar indiferente o por alto sus páginas, salvo que un frío hostigador desencanto haya herido de muerte la propia fe. Por eso, en tiempos de “vientos fríos” que recuerdan el caos, la confusión y oscuridad del génesis, me es preciso remontarme al momento vital en que Dios dijo: “haya luz”, e hizo en nosotros una nueva creación.
Quiero referirme a los relatos de vocación del antiguo testamento, especialmente al llamado a Samuel.
SAMUEL Y YO
Elegí el texto de Samuel, o más bien él salió a mi encuentro, a partir de un vínculo afectivo que me une a él desde mi adolescencia. La diferencia con aquella lectura que hacía en mis 15 años es que no reparaba ni en el antes ni en el después de aquella perícopa del 3, 1-10 del primer libro de Samuel: "Vino Yahveh, se paró y llamó como las veces anteriores «Samuel, Samuel!» Respondió Samuel: «¡Habla, que tu siervo escucha.»". ¿Qué había sido de este personaje?, ¿en el medio de vaya a saber qué situaciones se fue a encontrar? Pero igual, ya entonces me sentía como el “niño” Samuel diciéndole a Dios: “Habla que tu siervo escucha”.
Hoy pasados unos años, y adentrado en un camino de vida religiosa vuelvo a este texto y su contexto y sus palabras me resuenan de otra manera. Por eso a continuación voy a “releer” y “rezar” este texto dejando concurrir pasado, presente y futuro, dejándolos pasar cuando quieran.
año 2006
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