viernes, 23 de octubre de 2015

“Para descubrir lo que hay… hay que renunciar a ver lo que no hay”



Próximo a cumplir mis 38 años me encuentro con el regalo de unos días de descanso junto con otros salesianos de distintos puntos de América del Sur. Sin dudas un  gran regalo. El día hoy se presenta lluvioso y ligeramente fresco en relación a las temperaturas comunes en esta geografía. La consigna hoy es jugar a escribir el guion de la película que ya se rodó en estos años, intentando que el mismo dé cuenta con  profundidad lo que en el corazón de su personaje central fue aconteciendo: qué gestó, qué experiencias lo fueron marcando, fortaleciendo, resguardando, vulnerabilizándolo, en fin… toda la gama de sentimientos y experiencias humanas necesarias para poder dar cuenta con riqueza de todo lo vivido. Ese personaje soy yo.



Dividir este relato en capítulos por comunidades puede ser una forma de ordenar y ubicar algunos episodios significativos, más guarda el riesgo de “interrumpir” no intencionalmente lo que en verdad es un continuo y de ese modo velarlo. Advirtiendo de ese posible riesgo, inicio este relato, también desprendiéndome de una intencionalidad lineal, la cual temo pueda obstaculizar el fluir de lo que hoy se me vengan como pensamientos “ineludibles” a los cuales darles la bienvenida.

No me considero una persona osada o bien provocadora. Más bien por mi contexto familiar y educacional de la infancia y adolescencia podría decir que me formé con cierta mentalidad conservadora. Pero ensayando otro relato de mi mismo, veo que en la adolescencia la participación de una experiencia de Iglesia llamada mallín, fue, para lo que era la época la irrupción de un relato que llegaba para escribir una nueva configuración de la historia, reubicando lo religioso, lo humano y lo social (en referencia al contexto eclesial y la época). Es decir, si desde lo personal no me considero de esas personas que van a romper el molde, mi pertenencia a diversos colectivos humanos de alguna manera hicieron lo que individualmente no me considero capaz de hacer.

Hoy esa experiencia la vivo desde mi comunidad salesiana, desde la Confar La Pampa, desde vínculos en complicidad con buscadores y buscadoras que la vida me puso en el camino, religiosos y laicos, creyentes y no creyentes.

Sin quererlo me veo, junto a otros y otras, encarando procesos “revolucionarios” en cuestión de paradigmas -hablo de las revoluciones de a pie - no sin temor, no sin respeto… no sin el tormento de la angustia por lo que aún no existe en ninguna parte pero reclama desde lo profundo de lo social, de mi corazón, de mis precarias y provisorias convicciones hechas junto a otros. Digo tormentosas porque así lo son: sea porque tomando conciencia de su necesidad no me atrevo a provocarlas, sugerirlas, animarlas, y eso pincha adentro como angustia de culpa, de compromiso ético… sea porque es seguro aquello que hay, lo que se viene haciendo y no así lo que aún no sabemos y esperamos alcanzar… digo además porque en la búsqueda por ser querido y aceptado muchas veces me veo entre la espada y la pared del temor a perder el afecto de aquellos con quienes camino.

Claves para transitar estas travesías han sido: vivir intensamente el camino, apasionándome (pasión gozo y pasión sufrimiento-padecimiento). Compartirlo con mis hermanos, amigos y aquellos a quienes descubro cómplices de este andar. Desde lo evangélico: convertirme a los golpes, y lo digo de esa manera, porque aunque suene feo es así, a los golpes… al Reino que propone Jesús: eso implica aprender un nuevo modo de leer la Palabra, desaprendiendo otros que forman parte de mi matriz formativa, atravesadas por lo moral, una espiritualidad desencarnada, y hasta cierta “irracionalidad” -igual aclaro que esta palabra no me gusta, porque en parte en la vida todo, de algún modo, lleva una cuota de irracionalidad, y es allí donde ganan otras lógicas como la intuitiva, el amor, y hasta cierta certeza indubitable que bien podría ser catalogado como grosero error-. Irracionalidad más en los términos que lo dice Álvarez Valdez al referirse que muchas veces se nos invitó a una lectura bíblica en la que para poder continuar era preciso arrancarse la cabeza y desprenderse de todo otro conocimiento que las ciencias y la cultura de nuestros días nos han regalado. Convertirme al Reino aprendiendo sus claves de lo marginal, lo pequeño, lo silencioso, lo inclusivo ( y no desde meter adentro de, sino de saberse parte de algo aún más grande)… también lo contracultural, lo denunciante, lo profético. Desde la psicología, capital de conocimiento desde el que me formé en estos años: descolonizando ciertos paradigmas interpretativos hegemónicos que pretenden explicarlo todo, reconociendo su riqueza pero haciéndola dialogar con la singularidad de cada quien, como así también de cada comunidad y su contexto. Proponiendo una praxis desde lo comunitario y preventivo que bien supieron darse un abrazo con el riquísimo capital de nuestra herencia Salesiana, el sistema preventivo de Don Bosco, también leído con las necesarias adaptaciones de nuestro tiempo y entendiendo el contexto socio-histórico-político en el que fue ideado por él, como así también las influencias en su formación. Desde lo humano, un ir aprendiendo a leer el libro de la vida: escucharme desde los gozos, las tensiones, los dolores. Atender a la apatía, el desgano, el enojo, la adicción, la ansiedad, el entusiasmo. Valorar mis raíces, mi manera de ser, mi sentido del humor y la imaginación, hasta mi ingenuidad y falta de perspectiva de muchas cosas. Pero sobre todas las cosas la disposición a aprender a quererme, aceptarme, esperarme, divertirme y valorarme, que no es una tarea sencilla.  

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