viernes, 14 de octubre de 2011

La edad de Cristo


A punto de dejar los 33 me viene dando vuelta un pensamiento fruto de desvelos, intentos y fracasos varios, a la vez que de experiencias de descubrimiento y aprendizaje en lo cotidiano:

Apesumbrado por la no explicitación de Dios y Jesús a los pibes y a las personas en general me vino no sé de dónde cierta preocupación por “tener” que hacerlo (¿cierto mandato implícito de lo que el rol indica debo hacer?). 

Sin embargo, el contexto epocal me muestra al concepto de Dios fuertemente degradado por la lógica capitalista del consumo, por la ridiculización de la figura del creyente, por la imposición de los discursos fanatizados y culpógenos de ciertas predicaciones de iglesias varias y cultos  de todo tipo. Dios sosteniendo posicionamientos  hegemónicos con pretensión de verdad absoluta, por encima del diálogo y la construcción humana colectiva. 

Rechazo esa resonancia / estruendo del nombre de Dios. Y entiendo que hoy ese nombre  ha decidido decididamente una vez más, como siempre en la historia, correrse a los bordes, a Nazaret, a Valdocco, a la brisa suave y no al terremoto ni el fuego devorador y los vientos huracanados de las enunciaciones de Dios. Allí siento me has salido al encuentro. Bajado de tu nombre mismo. Subido a la historia nuestra. 

El Señor le ordenó:
   —Sal y preséntate ante mí en la montaña, porque estoy a punto de pasar por allí.
   Como heraldo del Señor vino un viento recio, tan violento que partió las montañas e hizo añicos las rocas; pero el Señor no estaba en el viento. Al viento lo siguió un terremoto, pero el Señor tampoco estaba en el terremoto. Tras el terremoto vino un fuego, pero el Señor tampoco estaba en el fuego. Y después del fuego vino un suave murmullo. Cuando Elías lo oyó, se cubrió el rostro con el manto y, saliendo, se puso a la entrada de la cueva.
   Entonces oyó una voz que le dijo:
   —¿Qué haces aquí, Elías?”
1 Reyes 19:11-13